top of page
Featured Posts

Antenas


Llego, son las siete y media. Acordamos a las ocho. Las antenas de celulares perforan el azul de última hora con sus luces rojas; el cielo de la ciudad pronto será el territorio de la noche. Después de no saber nada de su vida en casi dos años la vi desde un colectivo; entraba a un bar del centro con un CV en la mano. Me siento a esperar en la esquina donde sube la brisa del río, que arrastra imperturbable el barro hacia el mar. Enfrente, una mendiga descorcha un cartón de Uvita con pupilas ausentes.

Le doy una moneda de un peso a la mujer y le pregunto cómo se llama: me mira a los ojos y murmura un par de incoherencias sobre un cepillo con pelos de caballo; está completamente loca. Ocho menos cuarto, vuelvo a mi esquina un peso más pobre: creo que elegí la peor de toda la costanera para esperarla. El río, abajo, sigue obstinado en empujar y empujar sus aguas; la crecida lo ha puesto inquieto.


Ella nunca lo supo; yo me bajé del colectivo e hice la pantomima del que pasaba por ahí; con el tiempo aprendí a fingir muy bien. En el mismo instante en que mi reloj marca las ocho en punto, empieza a soplar una ráfaga helada; el invierno está en puerta. Ocho y dos, la mendiga trata de levantarse del suelo pero no puede. Un oficinista pasa y la ve fracasar reiteradamente; intenta ayudarla y recibe a cambio una furiosa lluvia de insultos. Entre asustado e indignado, el joven se retira con paso presuroso.


Pero ella no va a venir, hizo la pantomima del sí de compromiso. Los postes de luz abandonan su letargo; tiempo en que el último resplandor de sol se desvanece. La mendiga empina el cartón de Uvita a medio tomar y se lo termina de un saque. Ocho y veinte, fondo blanco. El mar quedará a seiscientos kilómetros pero el río, tarde o temprano, llega. La mujer revolea los ojos y se desvanece en un sueño ronco y profundo, casi teatral, diría.


Ocho y media y de ella ni noticias. Un apagón inesperado deja la costanera en completa penumbra; allá abajo el río se ha transformado en una serpiente negra y silenciosa que se revuelve bajo su propio cuero. A lo lejos aún se ven algunas luces rojas perforando un cielo oscurecido: antenas que titilan en la otra punta de la ciudad. La mendiga, durmiendo la mona, comienza a encenderse y a resplandecer con una luz tibia y celestial. Me quedo quieto, muy quieto, mirándola; debe ser un ángel nomás.


Alejandro Simón López


Recent Posts
Archive
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
bottom of page