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Refugio



Algo se movió entre las sombras y salí disparado inmediatamente en esa dirección como un perro de presa. Aunque no me costó nada subir la lomada la sombra se movió demasiado rápido y, amparada por la oscuridad, se perdió en la noche. En verdad la dejé escapar porque cuando llegué a la vera del refugio encontré una escena increíble que me hizo olvidar por completo de mi presa: una pira simétrica, hecha de leños regulares, sólidos perfectos, rotundamente artificiales, ardía con un fuego salvaje justo al lado del refugio.


Quienquiera que la hubiera hecho sabía muy bien lo que hacía. Al parecer, todo estaba rociado con alcohol de quemar, o kerosén (no podría decir con exactitud, señor juez), pero ardía de una forma imposible para unos simples leños. El fuego comenzaban a lamer la pared del refugio. Si no actuaba rápido, en unos minutos todo sería una gran brasa.


Llamé a la puerta y se apareció Simón, aún en dormido. Comprendió el peligro con la velocidad del rayo. Volvió adentro sin decirme nada, y antes que pudiera entrar a buscarlo, salió con un matafuego contra todo tipo de incendios. Dimos la vuelta a la cabaña y Simón dirigió el chorro químico hacia la base de la extraña pira. Mientras extinguía el incendio me miró con extrañeza: todo este tiempo veníamos sosteniendo esos leños tan raros, uno cada uno, intactos, los dos en las manos izquierdas.


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