El secreto mal guardado
Dedicado a Mauricio Rongvaux, gran amigo y colega
Rebecca sabÃa que a él le gustaba pasar la tarde sentado en bares a la salida del trabajo. Lo que no sospechaba, sin embargo, era que en esos ratos no discutÃa de polÃtica con sus amigos y los habitúes. No, escribÃa.
Lo descubrió un dÃa, por casualidad, mientras palpaba los bolsillos de un saco con destino de tintorerÃa: ahÃ, inerte, oculta en el bolsillo interno (con esa rigidez que en un primer momento confundió con la libreta de enrolamiento), descansaba una libretita común y corriente, con tapas de goma azul oscuro.
Inocente, lo abrió sin más en una página cualquiera y leyó ...era una casa tan triste que cualquier mueble hubiera sido una fiesta. Cerró las tapas de golpe. Lo dejó en la mesa, lo volvió a levantar. Lo sostuvo con fuerza, vaciló, tirones internos atenazaron las manos. Observó con detenimiento los bordes mochos y sucios, el olor del papel envejecido. El polvo brilló al pasar por los rayos de la tarde y algunas partÃculas del papel se sumaron al aire.
Un estremecimiento la recorrió ida y vuelta; cómo no abrirlo de nuevo, cómo no releer la memoria de esa casa. Otro escalofrÃo, hormigueando por las manos, el torso, la cabeza. Ya no era la culpa lo que subÃa y bajaba, era la angustia de las tantas cosas que no sabÃa de él, que habÃa decidido ignorar y que ahora estaban ahÃ, delante suyo, en la letra apretada y nerviosa de Simón.
Se preparó para lo peor, pero al poco de pasar las páginas se sintió una pelotuda: no era un diario Ãntimo, era un cuaderno de historias y devaneos, ninguno la nombraba a ella o a los chicos. Al parecer, a su marido le gustaba mucho mirarse el ombligo y antes que una pelotuda, se sintió decepcionada, o las dos cosas, no supo bien.
Copió un cuento que le gustó en particular y dejó ese cuadernito en el mismo bolsillo de otro saco. Simón era tan despistado que no iba a recordar en cuál lo habÃa dejado. Después de todo —pensó—, le estoy haciendo un favor. Lo que no sabÃa Rebecca es que, muchos años más tarde y por circunstancias que nunca entendà del todo, desaparecerÃan absolutamente todos los cuadernos de poemas y cuentos. El único sobreviviente fue aquel que Rebecca copió sin saber muy bien por qué.