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Santiago

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En un tiempo pensé que era mejor que el silencio tomara mi lugar, porque es difícil no dar la talla ni coincidir con lo esperado: uno se queda impotente, disminuido, con miedo de hacer. Ya con un par de maceraciones a mi favor entendí que las palabras tienen su lugar, que la secuencia correcta entibia al que viene frío de fábrica, porque quizás nuestra vida no fue una secuencia de elementos tan infelices y tengo los recuerdos un poco exagerados. No sé, es duro no dar la talla y sufrir por eso, algo hay que hacer con esa frustración.


Quizás la tuya fue la parte más difícil de la historia, un pesto que no le deseo ni al peor de los mierdas. Y cómo contarle a cualquier pajuerano del dolor por lo que se cae a pedazos y no se reconstruye, de haber ido bien muerto a la fiesta de los que sobrevivieron, los que se hicieron los boludos y los que, peor aún, no les importó. Cómo explicar el frío que queda entonces. No sé, es difícil no dar la talla y que encima te cague a palos el hijo de puta que tenía que ayudarte a lograrlo, el hijo de remil puta que prefirió la lucha armada a atarte los cordones a vos, o a mí.


Hubo veces que perdimos el rumbo; por suerte ahora son anécdotas en un auto deslumbrando bajo el sol, derecho hacia donde las cosas simples esperan. Entonces los recuerdos se deshacen bajo la luz del mediodía y está bien que sea así. Creemos en lo subtropical, confiamos en lo subtropical. Porque es duro no dar la talla, pero es liberador comprender que nunca vamos a lograrlo.


¿Dónde está entonces el norte entonces? Nunca es demasiado tarde para estar vivo. Hagamos un asado, pongámonos un buen pedo, qué mejor respuesta que estos brazos abiertos.


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