Los seres solares
Simón guÃa a Rebeca hasta llegar a una zona donde los médanos crecen altos; era lunes, no habÃa mucha gente en ningún lugar de la playa, de todos modos. La arena se pega en los tobillos de Rebeca, granito por granito. Simón tiene que partir al dÃa siguiente, disfrutan del quizás último dÃa juntos. Era un crimen no hacerlo.
Tiene muchÃsimo miedo al barco, al océano o a lo que encuentre en la otra orilla. Pero en ese momento no quiere pensar en eso, no puede pensar en eso. Sólo quiere quedarse detenido en ese momento, mientras ella bajaba por los médanos hasta el mar: la luz dorada del atardecer, delante de sus ojos, la pura libertad de dos seres solares.
Anochece, y dejan de verse.